domingo, 25 de julio de 2010

"Cuando salí de Cuba..."


En 1886, el pianista y compositor Isaac Albéniz escribió su opus 47, “Primera Suite Española”. Se trata de una obra para piano, de un nacionalismo folklórico muy acorde a su tiempo, donde los movimientos en que se divide llevan por nombre bien ciudades españolas, bien las aún nonatas Comunidades Autónomas. Siempre me ha despertado una sensación extraña y difícil de describir (entre nosatalgia y curiosidad por un tiempo no tan lejano en que todo era tan distinto) la última de sus partes, ni ciudad ni no-Comunidad Autónoma: Cuba.


Cuba. Cuando Cuba aún era española. Albéniz no compone sobre una Cuba neutral, plenamente integrada en esa nación “única e indivisible” española, puesto que aunque es de dominio común considerar 1898 como “el año” de la guerra de Cuba (o mejor, el de la pérdida de las colonias), su proceso de independencia se inicia ya en 1868 y a lo largo de lo que se llamaría la Guerra de los Diez Años. Este proceso fue sin duda paciente, puesto que no lograrían su meta de la plena independencia hasta 1902, cuando logró zafarse de la entonces ocupación estadounidense. Trentaicuatro años en unos tiempos en que todo sucedía más despacio no está del todo mal.


Más allá de contar con la ayuda finalmente explícita de los Estados Unidos (cosa que me temo no va a ser nuestro caso), resultan interesantísimos, por comparables, los motivos del hartazgo islense. Cuba se veía castigada, como nos encontramos actualmente, por sendas crisis económicas, las de 1857 y 1866 que tenía que afrontar, oh coincidencias de la historia, pagando elevados impuestos a España que, oh más coincidencias de la historia, no repercutían en los intereses criollos sino en los asuntos que se cocían, en este caso, en Europa y por tanto a miles de quilómetros de la isla. Asimismo, existía la esclavitud y una visión cubana de que era necesario el trabajo asalariado para mejorar la industria azucarera. Antes de que se me acuse de demagogo, evidentemente en Cataluña no existe la esclavitud ni nada comparable, pero sí es análoga la situación de necesidad de inversiones (especialmente mejoras en las infraestructuras, reclamadas hasta la extenuación) para mantener la competitividad y que no llegan o lo hacen en cuentagotas, como si de un generoso obsequio se tratara.


Como colofón, algo forzado pero no carente de posibilidades cuanto a paralelismos, el estado no permetía a los cubanos ocupar cargos públicos. Si bien en la actualidad esto no es así de iure, sí lo es sin dudarlo de facto. El señor Montilla es de origen andaluz pero preside la Generalitat de Catalunya. ¿Alguien se imagina el mismo caso a la inversa? ¿O un catalán presidente de España? (Ya fue el ultrajacobino José Borrell candidato del PSOE y muy bien no le fue que digamos…).


El ejemplo de Cuba termina aquí: ni gozaremos del apoyo activo de EE.UU. ni un enfrontamiento bélico será jamás la solución. Lástima que ellos no se manifestaron un 10 de julio como nosotros. Pero para los amantes de la cabalística, un guiño en una última casualidad: el levantamiento de 1868 propiciado por Carlos Manuel de Céspedes cristalizó en el “Manifiesto del 10 de octubre”. Si es cierto que la historia no hace más que repetirse, pues vivan las coincidencias: por lo menos compartimos el número.


Albert

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