domingo, 1 de agosto de 2010

"Ese toro enamorado de la luna..."

La versión light



En junio de hará ya más de quince años, en el tiempo de espera para la prueba oral de uno de los exámenes oficiales del Instituto Francés, vino la que había sido nuestra profesora durante el curso para darnos ánimos. Felicitó a uno de mis compañeros (le había tocado ella misma como examinadora) y al resto les dijo que no tendrían ningún problema con las profesoras asignadas. A mí me miró con una sonrisa de lástima y me dijo que no, que quien me había tocado en suerte no era precisamente una persona charmante. Desde luego no lo era: una maestra que ocupaba el bulto de dos, seria, distante y antipática creo que por vocación. Y para postre el tema del que tenía que hablar no podía ser más incómodo: toros sí, toros no. Viva el topicazo.



Ciertamente el posicionamiento que tomase era problemático. Consideré que la cultura francesa sería antitaurina por ética y por estética, pero en el sur de Francia tiene su arraigo… Al final me vi adoptando una postura tan equidistante como ambigua, valorando pros (si los tiene) y contras que, para sorpresa mía, agradó mucho a mi francófona contertuliana accidental, de manera que sin mojarme y siendo très gentil me la puse en el bolsillo.



Si repitiese ese examen hoy no sé cómo lo hubiera planteado, porque sobre este tema no hay ninguna de las tres posturas existentes que me convenza. En pureza, más que las posturas, quienes no me convencen son sus ponentes, porque la verdad es que me alegro de que se expulse un poco de violencia gratuita y cruel de nuestra sociedad, ni que sea un poquito. Es un avance en civilización, y en ese terreno creo que cada pasito cuenta. Antes que se me acuse de hipócrita añadiré que para cuando los correbous.



Pero ay de los enrocados. Porque los protaurinos no salen de la “fiesta nacional” (término dicho sea de paso acuñado por el franquismo), el supuesto arte y cultura que suponga torturar y matar a un animal y sus derechos a ver lo que les plazca. Además es una postura que explora varias sendas de la demagogia: que si entonces también hay que prohibir el paté, que si los mataderos son mucho más terribles y un no muy largo etcétera. En esos tiempos en que me tocaba defender posturas sobre el tema oralmente y en francés, para mí los toros representaban la llegada del buen tiempo, el esperado fin de curso, la feria de San Isidro y tantas otras fiestas de tauromaquia que retransmitía la televisión. Al igual que el fútbol (que pocos son los partidos enteros que haya visto en mi vida), algunas corridas veía de forma fragmentada. No me disgustaban y tenían su punto fascinante por lo que a ritual se refiere (y el vocabulario taurino, ¡qué riqueza de matices y cuántas palabras curiosas!), pero tampoco me apasionaban.



Por otro lado, la actitud de los antitaurinos no deja de resultarme algo inquietante. En un mundo loco de matanzas, abusos y opresiones donde la violación de los derechos humanos está a la orden del día, ver gente que dedica tiempo y energías en defensa de animales otorgándose las más veces medallas de una supuesta especial sensibilidad no acaba de convencerme. Evidentemente que cada cual dedique su tiempo a lo que le dé la gana, pero algo no me acaba de cuadrar en personas que parecen amar más a los animales que a sus congéneres, por muy cierto que sea que demasiadas veces el mejor amigo del hombre acaba siendo efectivamente un ser peludo.



La tercera y última postura, la neutra, la de quienes afirman que todo el montaje ha sido meterse en camisa de once varas, que en Catalunya los toros se iban a morir por sí solos y ha sido crear tensión innecesariamente, me parece hecha para salir del paso, como hice yo hace más de quince años. En política todo es importante, sólo que hay cosas prioritarias. Si bien ciertamente el tema no era prioritario, cabe recordar a los que acusan a Catalunya de ofender (nuevamente) a la “nación única e indivisible” y de conspirar una “nueva provocación separatista” que la votación es resultado de una iniciativa legislativa popular, que siguió su curso ateniéndose a la ley y que, conincidencias de los tempos, han hecho que haya parecido una reacción pataleta frente a la sentencia del TC.



Prohibiendo las corridas se nos puede tachar de hipócritas. Con todo, que los mataderos sean igualmente crueles y que el bienestar de los animales no quede solucionado con esta prohibición no es motivo suficiente: una cosa es su muerte para un fin, beneficioso para los humanos, y otra muy distinta hacer de ello un espectáculo. Los animales no están sujetos a derecho (no hace falta que nos lo diga el Consell de Garanties Estatutàries), pero sujetándonos al derecho (y a la democracia de una votación parlamentaria en última instancia, no lo olvidemos) tal vez podamos volvernos menos animales.



Albert