domingo, 31 de octubre de 2010

De la Libertad Lingüística, ¡en mayúsculas, hombre!

siempre y cuando sea para hablar en castellano, claro


Es sorprendente la facilidad que se tiene en este país para crear ciudadanos de segunda. De hecho, es sorprendente la facilidad que tiene el Partido Popular de ser, precisamente y de manera sistemática, “impopular” contra todo aquel que tenga algún mínimo sentido de catalanidad. Sus votos no irán hacia su saca, probablemente pensarán. Deben olvidar que a la Moncloa no se acostumbra a llegar de rebote y por atajos, con todas las excepciones y chiripas zapateriles que se quieran. Y aún así, estos atajos, de haberlos, siempre pasan por Catalunya. Deben pensar que atacar esta catalanidad les hace más españoles, pero no más justos, ni desde luego mejores servidores de los intereses de los catalanes a quienes quieren representar.


Desde luego que emplazar al TSJC a derogar los usos lingüísticos de ayuntamientos y diputaciones es un bofetón en toda la cara y a plena luz del sol. Diría más, un insulto con cruel sorna: ¡se amparan en el nuevo Estatut! Estatut que, tal y como lo dejaron, nadie votó. Tal vez sea una pataleta por la prohibición de los toros, prohibición que no tenía, en su origen, nada que ver con nacionalismos, aunque la deriva fuera inevitable. Con todo, más allá de la increíble y solemnemente estúpida frivolidad de la señora Sánchez-Camacho (asegurar que únicamente pactará con quien esté dispuesto a volver a legalizar los toros, sin duda la gran prioridad del país y un tema que no deja dormir a la mayoría de sus ciudadanos), esta resolución es un ataque directo y frontal a buena parte de la población catalana. Es la insistencia habitual del PP: ¡nos perdonan la vida! El catalán pase, pero en casa y en la intimidad, no sea que se nos contagien los buenos españoles que tienen la mala suerte de convivir con nosotros y nuestro trillado nazionalismo .


La actitud xenófoba que parte de España tiene con Catalunya la tenemos pues en nuestra propia casa. No es ya el hecho fehaciente que si vamos a cualquier establecimiento público (especialmente en bares y restaurantes) las probabilidades de ser atendidos en catalán se evaporan como un soufflé maragalliano, sino que ahora encima la administración local y autonómica podrá atendernos como al funcionario de turno le pase por la barretina o por la boina, según el caso. “Hombre, pudiendo hablar en castellano…”. Sí, qué manía de hablar en catalán. Si es que lo hacemos por fastidiar, está claro.


Duelen además, algunas actitudes. La del presidente del TSJC, señor Miguel Ángel Gimeno: recurran. No desacaten la ley, que estaría muy feo. Recurran y quizá en cinco años resolvemos (otro tema: para la sentencia del Estaut una eternidad. Para patear la lengua (catalana)… ¿apenas unas semanas?). La del propio President Pujol: derrota total. Campi qui pugui y a defenderse hablando siempre en catalán. “¡A las barricadas!”. ¿A las barricadas o a los botes?


Lo más irónicamente surrealista es la guindilla que nos la pone el Vaticano. Recortados nuestros constantemente amenazados derechos lingüísticos, Roma, por muchos años con orejas exclusivas para Rouco y su pléyade de torquemadas, organiza la visita papal con una misa en exquisito equilibrio trilingüe catalán, castellano y latín. En Madrid se han mostrado “sorprendidos”. ¿Cómo no se van a sorprender si hacen y han hecho siempre con los catalanes lo que les da la real gana? Pues vino Superbenedicto, bastante mejor informado que su antecesor (y de nuevo cada vez cayéndome mejor), a meterles la lengua allí en donde se sientan (la lengua bucal, se entiende). Bien por Ratzinger.


Seamos moderados. Seamos optimistas. Seamos positivos. Un apretón más de tuercas de España. Un paso más (o menos) hacia la independencia.


Albert

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